jueves, 8 de marzo de 2012

rotos

La otra vez tuve una experiencia terrible.
Tengo un jefe super aceleradísimo y me pidió que le acompañe en una de esas jornadas de trabajo que consisten en ir de aquí para allá y hacer miles de cosas en tiempo récord. Iba con el señor en su auto, él manejaba y yo al lado ayudándole con montañas de papeles y bajándome a ciertos lugares por a o b motivo.
Subía y bajaba del auto y en una de las subidas CRICHHHHHHHHHH! un ruidito a desgarro. Mamá! qué fue eso!? fue lo primero que me vino a la cabeza y me quedé quietita sentadita en el asiento. Por supuesto que a los cinco minutos tuve que volver a bajarme del auto. Estábamos en pleno centro al mediodía, con un tráfico infernal y el calor que ya todos conocemos. Respiré hondo y sin identificar todavía qué fue lo que originó el ruido caminé. Caminé dos pasos y ya sentí el airecito sobre mi piel. Exactamente debajo de mi cola. Sí, el CRICHH ese era el sonido de mi pantalón rompiéndose, el sonido de la incorporación de aproximadamente 10 centímetros de un aire acondicionado a mi prenda, el sonido... el sonido de la vergüenza! Reventé mi ropa!
No solamente tuve que terminar mi recorrido con el trasero al aire, sino que no sabía cómo le iba a decir a mi jefe: "Che, pará na un rato que rompí mi pantalón y necesito coser o cambiarme o huir del país".
No encontré la manera de decirle, entonces tragando dignidad terminé mis tareas y apenas pude fui volando al local más cercano a comprarme uno nuevo.
En algún punto y gracias a mi mente que no sale de negación, me autoconvencí de que el pantalón se rompió por estar viejo y ajado. Ni se me cruzó que era porque pude haber engordado. Entonces, entré a la tienda y ágilmente agarré un par de pantalones del mismo modelo y de mismo talle y me fui directo a la caja para pagar nomás ya.
Confiadísima estaba que me iba a quedar perfecto lo que compré. Era lo mismo que uso hace tiempo!
Ya en la caja, se me prendió la lamparita y dije: "Me voy a cambiar nomás ya así dejo de pasearme con el culo al aire". Fui al vestidor y de ahí ya no quise salir nunca más cuando al intentar prender el botoncito y el cierre me percaté que no llegaban pero ni con calzador. Respiré hondo una vez más e intenté tragar todo lo posible la panza, no hubo caso, no me entró. Pensé hasta en acostarme para prenderme, pero tampoco iba a caber acostada en el vestidor y había serios riesgos de romper un segundo pantalón en el mismo día, y eso mi corazón ya no iba a resistir.
Pobre ilusa! Pensaste que seguías teniendo el mismo talle? Me decía el espejo... y el pantalón.
Bien sudadita, que es como quedé después de el esfuerzo, fui a llamarle a la vendedora y con la mirada al piso le pedí el siguiente talle, y de paso le pedí que ya me traiga dos. Era hora de renovar mi stock.

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