En costumbres de la mesa y costumbres de familia, era él el de la cabecera, no importa si la mesa era redonda, su presencia marcaba el centro y tooodos los demás felices al costado.
Los domingos en su casa, un clásico. Mi abuelo solía llegar cuando ya casi todos estábamos sentados y en sus manos cargaba enormes bolsas. El contenido de estas bolsas activaba los plagueos de mi abuela que le decía que iba a explotar y de paso todos los demás comensales seguiríamos la misma suerte. Nosotros armábamos un griterío que opacaba el repudio de la vieja y le dábamos con todo al pan calentito que venía dentro de las polémicas bolsas. Antes, durante y hasta después del almuerzo, sí o sí alguien picoteaba los panes que traía mi abuelo. Él feliz, era como una triple batalla ganada, comía lo que más le gustaba, compartía con la flia y de paso hacía renegar a la patrona :)
No sé si fue Porcel (otro gordo famoso), si es algo bíblico o quién inventó la frase, pero no se me borra la imagen del viejo en la cabecera de la mesa, comiendo aquello que hoy entredietas vemos como veneno y diciendo entre sonrisas: "PAN, LA VIDA DEL HOMBRE".
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